Comentario
La gestación de la pintura rococó se produce en Francia durante el período de la Regencia de Felipe de Orleans (1715-1723), teniendo su época estelar durante el reinado de Luis XV. De allí la sensibilidad rococó pasaría a Italia, Centroeuropa, España y otros países europeos, si bien con desigual intensidad. En España, la pintura rococó se desarrolló a partir de 1735, aproximadamente, con cierto retraso con respecto a Francia e Italia y sin alcanzar la intensidad y la importancia alcanzada en esos dos países, salvo en el ámbito de la Corte.
En su desarrollo entre nosotros intervinieron tres factores de forma más o menos simultánea. De una parte, la venida de decoradores italianos como Rusca, Amigoni, Giaquinto o Tiépolo, para decorar los Reales Sitios, y en especial el nuevo Palacio Real de Madrid. De otra, el regreso de pintores españoles formados en Italia (Roma y Nápoles), que traían la nueva sensibilidad, entre otros Rovira, Luzán o Antonio González Velázquez. Por último, la llegada, a la Corte y a las colecciones aristocráticas y de burgueses selectos, de pinturas rococó importadas de Italia y Francia, que serían estudiadas y copiadas por artistas españoles. Resulta evidente que, por todos esos motivos, la pintura rococó en España presenta una dependencia total de Italia, y más en concreto del ámbito napolitano-romano y, en menor medida, veneciano. El influjo francés, salvo en casos significativos como el de Luis Paret, tuvo menor peso específico.
La pintura rococó tuvo un predominante sentido y función decorativos. En ella lo pictórico predomina sobre la línea, sobre el dibujo, siendo de gran espontaneidad de pincelada, como se comprueba en los bocetos y modellini de los grandes frescos y cuadros de altar. Al gran auge de la pintura al fresco y al óleo, herencias del Barroco, se unirán en la época del Rococó nuevas técnicas pictóricas como el pastel o la acuarela. Composiciones y figuras se caracterizarán por la gracia, la delicadeza y la artificiosidad como exponentes de un arte para la aristocracia y la alta burguesía. Los colores que utilicen los pintores rococó en su paleta serán suaves, luminosos y delicados, predominando los tonos pastel (amarillos claros, rosas, verdes pálidos, azules celeste, grises perla, combinados con blanco).
En España la pintura rococó alcanzará su máxima expresión y calidad en los frescos de las bóvedas y cúpulas de los Reales Sitios (Palacio Real de Madrid, El Pardo, La Granja, Aranjuez), con representaciones alegórico-mitológicas que exaltan la monarquía española. También se decorarán las bóvedas de iglesias (El Pilar de Zaragoza, Salesas Reales de Madrid), con ciclos marianos y alegórico-religiosos, y se realizarán grandes cuadros de altar y cuadritos devocionales o de oratorio, en los que las escenas evangélicas o hagiográficas mostrarán al fiel una visión más amable y sensiblera de lo sagrado que la pintura del Seiscientos. El retrato, más humanizado y con menor solemnidad que el barroco, presentará ejemplos destacables. Las escenas galantes gozarán de menor predicamento que en Francia, pero dentro de la temática de género en la Corte destacará la importantísima producción de alegres cartones para tapices con los que ornar las estancias de los palacios reales.
La pintura rococó tuvo que convivir en España durante el siglo XVIII con una arraigada pintura tardobarroca y, en el último tercio de la centuria, con el academicismo clasicista influido por Mengs, con interacciones e hibridaciones de las tres sensibilidades en bastantes artistas. Hubo pintores estrictamente rococós y otros que en alguna fase de su vida artística, especialmente en la inicial de juventud, pintaron en clave rococó, por el gran influjo, directo o indirecto, de Giaquinto.
En una cronología de la pintura rococó en España propondríamos la periodización siguiente. Un primer período, que iría de hacia 1735 a 1752, sería el de desarrollo de las primeras manifestaciones, con la actividad de Rusca y Amigoni en la Corte, y los inicios de los pioneros españoles como Luzán y Rovira. Un segundo período, entre 1752 y 1770, sería el del triunfo de la pintura rococó en la Corte y en la Academia con la venida de Corrado Giaquinto, su actividad y su influencia en destacados pintores españoles (A. González Velázquez, F. Bayeu), y la fecundidad del foco zaragozano; se cerraría el período con la muerte de Tiépolo y el triunfo oficial de Mengs y su idealismo clasicista. El último período sería el de la pervivencia de la pintura rococó en recesión frente al clasicismo académico, entre 1770 y 1790, con realizaciones tan brillantes como las de Paret o las de los cartonistas -del Castillo, Goya-.
En cuanto al desarrollo geográfico de la pintura rococó, éste fue selectivo y no generalizado. El foco más destacado y activo fue el de la Corte y la Academia de San Fernando de Madrid, especialmente durante el reinado de Fernando VI. Por lo que se refiere a los focos regionales, brilló sobre los demás el de Zaragoza, en estrecha relación con Madrid, después el de Valencia, y con mucha menor trascendencia, alguna individualidad en Barcelona y Sevilla.